La ilusión del Camino a la Perfección




"Los hechos de la naturaleza son lo que son, pero sólo podemos verlos a través de los anteojos de nuestra mente. Nuestra mente funciona en gran parte a través de metáfora y comparación, no siempre (o con frecuencia) mediante lógica inexorable". Stephen Jay Gould.

Alguna vez escuché que la mayoría de los ancianos muere poco tiempo después de su cumpleaños o de una ocasión especial como la navidad, o una boda importante en la familia. Se señalaba como causa probable el hecho de que estamos acostumbrados a establecer puntos de referencia en el tiempo, y que al alcanzar alguno de estos puntos referentes en el tiempo nuestro ánimo decae por falta de motivación, o por un sentido de “misión cumplida”. Cierto o no, lo anterior ilustra uno de las muchas construcciones mentales erradas con que interpretamos a nuestras vidas y a la naturaleza en general: el sentido de que todo esta en transformación y a medio camino hacia un estado de mayor perfección. Este falso sentido permea de muchas maneras en nuestras vidas, algunas de ellas muy sutiles: consideramos al infante como un adulto en formación, consideramos al gusano como una mariposa en desarrollo, consideramos a nuestras vidas como un estado transitorio en el camino hacia una vida espiritual después de esta vida.

Este último ejemplo es particularmente importante y ha moldeado de manera profunda la forma en que interactuamos con el mundo que nos rodea. Fuertemente ligada a casi todo tipo de pensamiento religioso en la historia, la idea de que estamos en este mundo ya sea para expiar culpas cometidas en algún otro plano de existencia anterior, o para prepararnos para una posterior etapa de existencia, ha provocado todo tipo de lastimosos excesos de abandono, de auto flagelación, falsa resignación, etc.

Nos pasamos la mitad de la vida “preparándonos para la vida” por que un niño no es considerado mas que un adulto incompleto, un adulto en formación. Generalmente es hasta la vejez cuando nos damos cuenta de que nunca nos dimos cuenta cuándo fue que comenzó esa “vida” para la que nos estábamos preparando. Como quien no aprecia el viaje por estar a la expectativa del destino.

Esta metáfora la aplicamos aún a nuestra interpretación del mundo natural. Stephen Jay Gould en su ensayo “Luce gran luciérnaga” lo ilustra de manera magistral utilizando el ciclo de vida de algunos insectos: huevo, larva, pupa, mariposa. Menciona varios ejemplos literarios en los que la figura de la transición espiritual utiliza como metáfora a este ciclo natural. El alma atrapada en un imperfecto cuerpo material (larva) solo existe para prepararse para una traumática experiencia de transición al morir (pupa) para luego surgir del Hades en forma de una magnífica entidad espiritual (mariposa). La bella mariposa es en esta metáfora el estado acabado y perfecto de la insignificante y desagradable larva. Gould se niega a aceptar dicha metáfora ¿por qué no considerar a la mariposa como un estado de transición en la producción de otra larva? Parafrasea a Butler, que define a una gallina como la manera que tiene un huevo para producir otro huevo. Gould continúa describiendo la complejidad y la longevidad relativa de algunos ejemplos de larva comparada con su “estado final” de mariposa o mosca; en algunos casos extremos la vida del insecto final es desproporcionadamente mas corta que el de la larva “transicional”, como en el caso de las moscas de mayo que sólo viven menos de un día, el tiempo suficiente para aparearse y producir la siguiente generación de huevos. Sin embargo, su conclusión no es señalar a la etapa larvaria como finalidad de todo el ciclo; eso sería caer en la misma trampa conceptual que inició sus argumentos. Su conclusión es que cada estadio debe considerarse no como una transición a otro más acabado, simplemente hay que considerarlos por separado, cada uno con sus funciones y sus maravillas. Al transitar a la siguiente etapa, no se “avanza”, simplemente se cambia y el ciclo continúa.

Otra mal interpretación frecuente del mundo natural que se produce al observarlo a través de este prejuicio, se refiere a la evolución de las especies. Un ejemplo muy claro (también ilustrado por Stephen Jay Gould en otro ensayo, “La pequeña chanza de la vida”) es la clásica ilustración que todos estudiamos en primaria sobre la evolución del caballo, una serie lineal que va desde un pequeño animal llamado Eohippus, extrañamente siempre comparado en tamaño con el de un perro pequeño (¿por que no con un gato?) y cuyo nombre es motivo de controversia entre los especialistas, hasta la magnífica criatura que conocemos como caballo. Esta ilustración hace parecer que el diseño del caballo ha seguido un progreso hacia la perfección, puliéndose a través de las eras evolutivas hasta que por fin alcanzó su cúspide de sofisticación y belleza. La realidad es que la historia evolutiva del caballo moderno debe mas bien ilustrarse como un arbusto de muchas ramas, más que como una inevitable progresión hacia el estado actual; y la otra realidad es que cada uno de los nodos de dicho arbusto representó en su tiempo una “perfección evolutiva”, es decir, eran especies eficientemente adaptadas a su entorno.

De la misma manera consideramos a la evolución del homo sapiens. Pensamos que como especie somos la cúspide y el resultado final de millones de años de evolución, el producto acabado de una infinidad de factores que pueden parecer fortuitos a la luz de esta falta de luz. El famoso argumento de que el universo esta finamente calibrado para permitir que nosotros existiéramos tiene su último fundamento en esta falacia. El argumento dice: existen en la naturaleza factores que si variaran aunque sea infinitesimalmente, implicarían que la vida en la tierra, y la existencia de los humanos, nunca podría haberse dado; tómese como ejemplo la distancia entre la Tierra y el Sol. Siguiendo este tren de ideas parece evidente que toda la historia natural desde el big bang hasta el presente no es mas que una serie de estados transicionales hasta el surgimiento de la conciencia humana, y aún más, que lo improbable de dicha progresión implica que tiene que existir un diseño, y por ende un diseñador que establezca y controle dichos factores. La falacia consiste en que no existe en la historia natural una progresión hacia un estado de perfección; simplemente el cambio es una propiedad intrínseca de la naturaleza, y todo lo que existe reacciona a dicho cambio reorganizándose. No es que los factores naturales estén ahí para que nosotros surjamos como especie, nosotros surgimos como especie por que los factores están como están.

Si pudiéramos abandonar la trampa conceptual de la progresión hacia la perfección sacaríamos conclusiones que para muchos pueden ser asombrosas o absurdas, y sin embargo más apegadas a la realidad:
- El momento actual que vivimos (sin importar cuántos años tengamos) es en sí mismo un estadio final e igualmente importante en nuestro ciclo de vida que cualquier otro.
- Hay que tener cuidado con los recursos, tiempo y energía, que invertimos en prepararnos para el futuro, sobretodo si esa inversión afecta la manera en que disfrutamos del presente.

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