El Instinto de Dios


¿Por qué todas la culturas en la historia han manifestado un sentido religioso? Podría ser la evidencia de la existencia de uno o más seres divinos, o podría ser otra manifestación del mismo mecanismo cognoscitivo que nos hace sentir que nuestra computadora se ha propuesto boicotear nuestro trabajo al negarse a imprimir, un "instinto de dios".



Todas las culturas en la historia de la humanidad han manifestado un sentido religioso. Este hecho puede interpretarse de dos maneras: como evidencia de que efectivamente existen dioses y seres supernaturales que participan o han participado de manera activa en el desarrollo de la naturaleza, o como evidencia de la existencia de una especie de “instinto de dios”, una tendencia cognoscitiva que nos hace propensos a detectar la presencias supernaturales, aún en la ausencia de toda evidencia.




A la luz de la psicología evolutiva, la opción del “instinto de dios” tiene una lógica dentro del marco de la evolución de las especies por selección natural. En este marco, nuestra psique es una colección de herramientas cognoscitivas que utilizamos para interactuar con nuestro medio en diferentes niveles de consciencia y que han sido producto de presiones evolutivas similares a las que han producido características anatómicas más evidentes en los organismos vivos. Una de estas herramientas es un “mecanismo de detección de agencias”.




Una agencia es el producto de la acción de un agente, que a su vez es aquello que tiene la virtud de obrar, de ser causa activa de algo. El mecanismo cognoscitivo de detección de agencias es el que nos permite, ante un suceso específico, determinar que ha sido producido activamente por una entidad con un propósito específico.




Este mecanismo es sumamente sensible en el ser humano, al grado de producir frecuentemente falsos positivos, es decir, la detección de agentes con voluntad donde no los hay. En nuestra vida diaria es frecuente que nos encontremos adjudicándole propiedades de voluntad a objetos inanimados, como una computadora terca que se niega a imprimir nuestro reporte, o el malvado sillón que insiste en provocar que nos golpeemos el pie contra su pata. Racionalmente sabemos que ni la computadora ni el sillón poseen la voluntad para realizar estos actos en contra nuestra, pero a un nivel mas primario o emocional no podemos evitar la sensación de que estos objetos tienen algo en contra nuestra.




La razón es que el mecanismo de detección de agencias tiene que ser necesariamente sensible hasta el exceso, producto de las presiones evolutivas de supervivencia que lo han moldeado durante miles o millones de años. Por ejemplo, una noche nos encontramos en nuestra habitación descansando cuando escuchamos un ruido en la sala. Existen varias posibles explicaciones: puede el viento o podría ser un intruso. Si asumimos que se trata de un intruso y actuamos en consecuencia, el costo de equivocarnos es relativamente bajo; no pasaría de tener que pedirle disculpas al patrullero por molestarlo sin motivo. Por otro lado, si asumimos que se trata de cualquier otra cosa y efectivamente se trata de un intruso, el costo de la equivocación sería sumamente alto, comprometiendo nuestra seguridad y la de nuestra familia. Si esperamos a tener más información antes de sacar una conclusión y actuar, podría ser demasiado tarde y de nuevo el costo sería demasiado alto. La decisión óptima es asumir la presencia del intruso y actuar inmediatamente.




Ahora, La decisión de actuar de acuerdo a una conclusión u otra se da a un nivel racional, pero a un nivel menos consciente nuestra psique ya ha tomado la decisión: estamos secretando adrenalina, el corazón se acelera, nos ponemos alertas y estamos listos para luchar o huir. Nuestro mecanismo de detección de agencias se ha disparado inmediatamente, de manera instintiva.




Para el ser humano cazador-recolector en tiempos paleolíticos, viviendo con el constante peligro de ser atacado por un depredador, esta característica era fundamental. Entre dos individuos con diferentes niveles de sensibilidad de detección de agentes, lo más probable era que el más sensible, el que asumía que el ruido entre los arbustos era producido por un tigre y huía inmediatamente, lograría sobrevivir más tiempo y tendría más probabilidades de procrear descendientes que heredaran esta característica, que aquel que requería verse frente al depredador antes de reaccionar.




Nuestro mecanismo de detección de agentes opera a un nivel cognoscitivo muy primordial, muy emocional, independiente de nuestro plano racional. Es por eso que no podemos evitar sentir miedo de los fantasmas aún cuando no creamos en ellos. Por eso no podemos evitar sentir que tiene que haber una voluntad detrás de eventos que nos impresionan, como un espectacular atardecer o un atronador relámpago, aún cuando comprendamos cabalmente los mecanismos naturales que lo provocan.




Por eso detectamos voluntad en eventos fortuitos con los que nos topamos cotidianamente. Es también el origen de la popular creencia de que nuestras voluntades y consciencias pueden convertirse en agentes activos de eventos que están fuera de nuestro control (“El Secreto”, la ley de la atracción, etc.). Es nuestro instinto de dios.

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